Santiago | El calendario de competencias 2019 viene con mucha intensidad para las selecciones nacionales femeninas y masculinas, respectivamente. En el caso de los chicos, su horizonte asoma los Sudamericanos U-14, U-17, U-21 y la AmeriCup. Alejandro Urrutia, preparador física de selecciones masculinas, tendrá un rol importante dentro del trabajo multidisciplinario. Con él conversamos sobre su carrera, sus inicios, experiencias y el trabajo que adelanta en la actualidad.
¿Cómo se dio tu primer acercamiento al básquetbol?
Llegó de casualidad. Yo cursaba cuarto medio cuando tuve la oportunidad de inscribirme en un curso para árbitros. Mi intención en ese momento era ganar algo de dinero y ahí podía conseguirlo. Sin embargo, el primer gran contacto lo tuve durante una entrega de certificados en el antiguo estadio Nataniel Cox. Fue durante un partido de Chile vs. China. Obviamente me sorprendió ver a jugadores tan altos. Sobre todo los jugadores de la selección china. Culturalmente se hace referencia a los deportistas chinos como atletas bajos, pero eso me sorprendió.
¿Y el siguiente paso fue…?
Desde mis inicios tuve la inquietud por la preparación física, aunque mi carrera la inicié como entrenador. Mis primeros pasos fueron en el equipo Unión Española de Temuco. Ahí empecé a dirigir en series menores. Pero, siempre tuve inquietud en el trabajo enfocado hacia la capacidad física de los jugadores. Yo podía trabajar a nivel técnico o táctico propiamente hablando, pero si no se mejoraba el apartado físico, ninguna de esas facetas daría resultado. Eso terminó por llamar mi atención hasta que llegó el momento de iniciar la carrera como preparador físico. Decidí prepararme en Cuba, plaza donde se presentaba el mejor movimiento respecto a la preparación.
Tuvo la oportunidad de trabajar en Bahía Blanca, plaza referencia en el básquet sudamericano. ¿Qué significó ese episodio para su carrera?
Cuando decido entregarle el 100% al alto nivel (deportivo), se presenta la posibilidad de trabajar en Bahía Blanca, en la Liga Nacional de Argentina. Obvio, esa posibilidad implicaba dejar atrás muchas cosas. Pero, era un desafío, era alcanzar otro nivel. En Bahía Blanca tuve la posibilidad de trabajar con jugadores que hoy son parte de la historia del básquet argentino. En esa época que trabajé estaba la transición de la vieja guardia con la Generación Dorada. Estuve con (Juan Ignacio) “Pepe” Sánchez, (Alejandro) Montecchia, Manu Ginnobili, entre otros.
¡La Generación Dorada! Palabras mayores respecto al básquet mundial, ¿no?
Sí. Profundizando un poco en el tema de esa generación, yo tengo mi teoría. En la historia se pueden dar algunas coincidencias que entre sí pueden potenciar una cosa que en su origen luce buena. Es decir, una cosa que es buena se puede transformar en algo espectacular si hay cosas que se pueden potenciar. En el caso de esta generación, ellos crecieron con una necesidad de avanzar, emerger, crecer. Argentina, como nación, sufría una crisis social y económica terrible. Es por eso que muchos de ellos salieron al extranjero. Ahí se dieron cuenta que, en otro nivel, con mejores recursos, lograría potenciar mejor sus habilidades. Por supuesto, también existía un talento natural que les permitió, individualmente, jugar en las mejores ligas del mundo y conquistar colectivamente los logros que conocemos.
Así como un jugador lo puede desear, los profesionales que rodean al atleta poseen el deseo de alcanzar el más alto nivel. ¿Cómo fue su caso?
Cuando finalicé mi experiencia en Argentina regresé a Chile. Yo quería ayudar a mejorar la percepción del trabajo profesional en el deportista. Durante mi estadía en Argentina aprendí que existía una cultura por el deporte, cosa que en Chile era un poco más escasa. Ahí se me abrió el apetito para dar el salto a Europa.
¿A dónde lo llevó ese “apetito”?
Yo quería hacer algo más y se me dio la oportunidad de llegar a Italia. Para abrirme espacio en ese mundo (el básquet europeo) requería la categorización de mi especialidad, así que hice el curso de validación y capacitación para preparadores físicos que brindaba la federación italiana. En ese proceso de ‘reconocimiento’ llegó la posibilidad del club Stella Azurra. Ahí me desempeñé en el área de la salud y preparación física. Con los años logramos armar una estructura que hoy en día es referencia en las academias de Europa. Uno de sus jugadores más destacado ha sido Andrea Bargnani, quien tiene experiencia en la NBA.
Alcanzado ese punto de profesionalización decidiste regresar a Chile. ¿Por qué?
En diciembre de 2013 llegué a Chile. Quería pasar un período largo de vacaciones. Necesitaba regresar para recuperar sensaciones. Estando acá, en esa época, el entrenador Miguel Ureta me contactó para invitarme a participar con la selección femenina que jugaría en los Juegos Odesur del 2014. El cuerpo técnico de ese momento tenía la planificación preparada, pero requerían de alguien que se encargara del aspecto físico de las chicas. Asumí el compromiso y desde ese momento me quedé trabajando con la Federación en distintos procesos.
¿Cómo ha sido el trabajo que actualmente desarrolla en los procesos?
Estamos tratando de introducir cambios. Ellos (los cambios) tienen que ver más con lo organizativo que con la estructura y los recursos. El desarrollo de los países con mayor avance no tiene que ver tanto con la tecnología o su infraestructura como se puede creer, tiene que ver más con la organización. De mi experiencia en Europa me quedó el aprendizaje de vivir en países con culturas deportivas.
¿Cómo evalúas la evolución de esa «cultura deportiva» en el caso de Chile durante los últimos años?
En Europa, dentro de las actividades de una familia o la sociedad, el deporte es algo natural. Es parte de su día a día. Lo respiran. En mi caso, cuando volví a Chile vi que había espacios para realizar actividades físicas, pero sin un control profesional. Específicamente, en el caso del básquetbol, me encontré con jugadores que hacían un tipo de preparación física que a mi parecer no era la más idónea para un jugador de alto nivel. No existía ese estímulo de realizar una preparación física que les permitiera un crecimiento sostenido en el tiempo. Eran más bien entrenamientos ‘parches’ para jugar una Dimayor o una Liga Nacional. No se veía un trabajo pensando más en un macro ciclo.
Hoy en día, sin embargo, hemos ido sumando adeptos a esta causa. Hay atletas que ya empiezan a trabajar con una preparación constante, programada. En Chile aún la estructura general y la organización en los clubes es aún deficiente. Hay una carencia de especialistas propios para el básquetbol. Y si a eso le sumamos los pocos recursos que pueden existir para pagar un trabajo especializado, que es lo requerido en muchos casos, se hace difícil.
¿Cómo luce actualmente el panorama?
Antes los entrenamientos eran más rústicos, más espartanos. Ahora, hay una generación millennial. Son jugadores que ya no se suben al techo de la casa, por ejemplo. No se suben a un árbol a tomar frutas. Obviamente, hay claras diferencias de motricidad con generaciones anteriores. El potencial en los jugadores siempre está, la calidad del jugador chileno ha mejorado por evolución natural. Pero, existe la ausencia de un trabajo sostenido y mancomunado. Por ejemplo, la educación física, en los colegios, no cumple su trabajo fundamentalmente porque los estímulos son pocos durante la semana. Con (Daniel) Frola hemos tratado de ir armando un trabajo que sea menos corto placista. Que tenga más posibilidades de ser desarrollado en el tiempo.
¿Es el caso de las nuevas generaciones?
Te podría citar un ejemplo: cuando llegué acá conocí a Ignacio Arroyo. Era un chico de 14 años muy diferente al Ignacio Arroyo de ahora. Él es un ejemplo del cambio de mentalidad que se debe generar respecto a un trabajo que se debe hacer y que no es algo extraordinario. La preparación física es parte científica y parte arte.
¿Ciencia y arte?
Lo científico porque se ocupa todo lo relacionado a las ciencias para controlar el máximo de las variables posibles. El arte está en tratar de convencer al atleta de alguna forma, motivarlo para que él pueda aprender. Que no sea necesario estar encima de él para que siga trabajando. Yo quiero que los chicos al final de su paso por los procesos inferiores y su salto a la selección adulta se vayan con una idea de trabajo. Que la mantengan durante los años de profesional para que logren convertirse en atletas de alto nivel.
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